No sé por qué elijo el tren que está a mi derecha. No es el que va a salir primero (supongo); no es rápido (colijo), ni siquiera sé si va a tener asientos libres. Ningún mensaje y son las 18.06. Las nubes ocultan un sol que está por ahí pero (no sé qué). Hoy no sé. No hay mensajes. La energía (creyéndole a C.) del sol (ese que adivino, letra ese) es fría, disuelta. Los mensajes también. Cómo no ser. Cómo no ser (tren). Cómo es que no te das cuenta de que nunca más va a ser lo mismo (clausura, pienso, y parece que a propósito pasaran dos monjitas con su velo azul, y el torno del monasterio). Se hizo hiato la línea, y el tren es como un convento sin rejas; una vez me morí de frío viajando abrigada solo con una toalla y una manzana verde. Todavía había conscriptos; estaban más muertos de frío que yo (y el sol va queriendo, lástima, así gris me gustaba); ahora el resplandor me ciega.
Sandalias, paraguas, botas, pebetes de jamón y queso. Eso es el tren. Comida y bebida.
Y vos, que no volviste a cocinar, me preguntás porqué. Para comer cocido hay que encender y alimentar el fuego, y pienso en los fogoneros de antaño.
Chocolates, ¿ves? ¿cómo hacer para no hincar el diente?
Y pancho super, y agujas, enchufes, canastas, bolsos, y el chocolate, y con almendras, y el tren, y si (y no).
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