Aquí, hoy, el lugar es el baño de la habitación de la clínica en la cual está internada mi madre hace ya el tiempo suficiente como para que tenga necesidad de encerrarme y en el oscuro y en el casi silencio devorar tomates y duraznos con los que amenizo estos días secos de abrazos.
En esta nada en la que me escondo algunos minutos por día pienso, por ejemplo, que podría sembrar un bosque dentro del pequeño lavatorio y ponerlo boca arriba y que salgan las raíces por el techo y luego incendiarlo.
Pienso también que si quisieras podrías partir en dos la fuente de la Plaza Independencia con solo mirarla, o dejar el pavimento hecho una guerra si se te ocurriera pisar firme.
Entonces con mis manos pero particularmente con el callito de escribir podría agarrar los cascotes que quedaron dispersos por ahí después de la hecatombe y arrojarlos hacia el cielo para apagar el fuego y éstos, mi querido tan querido, son pensamientos.
Obtusos, oblicuos, organizados y no, orgullosos y ya desprendidos de la masa muscular y neuronal y ósea que los genera y del sodio y del potasio y de las partículas eléctricas, de la guerra del oxígeno y del incendio, y
fantasías no, porque las fantasías tienen esperanzas de volver, y los pensamientos se me expropian a medida que los escribo y desde el ya, son la nunca misma.
Entonces los ato a una piedra y te los envío a modo de un cuerpo sobreviviente que quizá se encienda como un fuego lejano y a la vez presente, frondoso y bravo, y tierno y fiero.
Arte: Jorge Bernard "Furufuhue"
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